Ella

Somos responsables de nuestros desiertos y de hacer que los oasis en ellos no sean simples espejismos.

Miró a su alrededor y se dio cuenta que ya era tarde para lo que no pensaba hacer de todas formas ese día. Estaba cansada de las noches en soledad y sin estrellas, de la distancia, de los pensamientos sin fundamentos, del derrumbe de los sueños, de las mariposas negras, de los seres inertes, de la poca fe, del sonido del adiós. Solamente se atrevería a gritar si supiera que el silencio no sólo se rompería para siempre sino que también estaría dispuesto a escucharla.
Se preguntó por enésima vez por qué sus recuerdos la atormentaban, por qué dejaba que el tiempo se le escapara, por qué se permitía vivir del pasado, por qué
no seguir adelante enfrentando sus miedos. Pero no se sentía cobarde, para nada.
Seguía soñando y esperando. En su mente él, plasmado como un paisaje en una hermosa y eterna postal. Eso la reconfortó.
Por un momento fue prisionera del tiempo y dejó que éste se adueñara de su cuerpo. Retrocedió y se encontró caminando de su mano. Sintió su boca, su pelo, su piel, su aroma, se veía reflejada en sus ojos, se reían, se amaban.
Una lágrima se deslizó suavemente hasta sus labios. Pronto el miedo la invadió y sintió cómo un escalofrío le recorría el cuerpo. Miró hacia atrás y supo que era el momento de regresar. Varios hombres vestidos de blanco la rodearon lentamente. Sabía que venían a buscarla y no se rehusó. Un leve pinchazo en su brazo izquierdo y una sensación familiar, mezcla de lasitud y resignación, la invadió por completo.
Despertó sin sentido del tiempo pero sí del lugar. Todo parecía como siempre; sólo algunos notaron que en su rostro, como hacía tiempo no sucedía, se dibujaba una nostálgica sonrisa.

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