A vos:
La noche está tibia. Jugando, las nubes, crearon unos dibujos casi indescriptibles. El cielo se viste con un manto naranja que se diluye de vez en cuando con azules, lilas, violetas... ¡qué hermosura! Y todo el espectáculo para un solo espectador (por lo menos desde el lugar donde estoy).
El mar esta gélido y apacible.
Puedo ver cada vez más lejana la orilla. Pero todavía oigo el romper de las olas ¡qué belleza!
Trato de contar las estrellas y río. Siento que mi tarea es en vano. Me relajo. Me recuesto. Pienso.
Vos tuviste la idea y ella te apoyo en todo lo que propusiste. Quisieron burlarse de mí.
Nunca te creí capaz de algo así. Sin embargo, te conozco y sé que no te arrepentís.
Igual ya no me interesa.
Su presencia aquella tarde en la playa no fue casualidad.
Sin que te dieras cuenta (¿o tal vez sí?) seguí de cerca todas tus acciones, tus gestos, tus miradas...
Cometiste muchos errores, me diste pistas, y al final acerté.
Te preguntarás cómo hice para encontrarlos. Te aseguro que no fue nada simple.
Ya no importa. No es lo que quiero relatarte en este momento, en esta última carta, que no pienso firmar.
Mi motivo principal es el desahogo, porque soy consciente de que estas palabras jamás serán vistas por tus ojos.
Espero que tengan la delicadeza de dedicarle unos segundos a mi ausencia, aunque sea para alegrarse por mi partida.
No tengo planes, ni rumbo, pero no voy a la deriva...
Mi capitán es el mar. Y la orden es llevarme a donde ya no pueda ni siquiera recordar tu nombre.
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