En la habitación amarilla, de cortinas olientes y titilantes fluorescentes, todo es calma.
Por las ventanas se ve la niebla de esta mañana fría, los arboles están tiesos, los transeúntes callados.
Ahora si miras por la hendija de la puerta gris, notaras como detrás, en
el pasillo, la vida es otra cosa. Y cuando digo “otra cosa” me refiero
a cuestiones extremadamente diferentes: gritos, pasos, tacos, voces,
besos, tipeos excesivos, gestos, muebles que se corren, martillos que
golpean las paredes, pasos fuertes en las escaleras, y el ascensor que
grita: “PISO UNO, POR FAVOR CIERRE LA PUERTA”…
Vuelvo a estos mates entre compañeras de aventuras, como decimos
siempre. A estas charlas que nos animan diariamente. Y que posiblemente
hoy sean las últimas.
No logro expresar en palabras lo que siento. En este mar de cambios, confío plenamente en el Capitán.
Y quizá sea eso, la fortuna de saber que realmente, no formamos parte de nada.
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