Dar

Casi no recordaba nada, se despertó con mucho dolor en su pecho, y con una sensación muy extraña.
Abrió sus ojos lentamente. Despacio fueron apareciendo las figuras, logró distinguir a sus padres. Ambos la miraban de una manera que no conseguía entender.
Se dió cuenta que estaba en un hospital. Sus padres le explicaron que si bien la cirugía era complicada había resultado todo un éxito.
Pasaron los días. Los temas de conversación eran muy superficiales. Estaba medicada. Nadie respondía a sus preguntas. Nadie le decía por qué él la había abandonado.
Una tarde cuando por fin pudo valerse por sí misma para levantarse de la cama, caminó lentamente hacía la ventana que había en su habitación. Corrió la cortina y se dispuso a mirar el cielo, celeste y naranja, y el sol que le hacía cosquillas en los ojos.
Cerró la cortina y volvió a su cama, se sentó del lado derecho, junto a su mesa de luz. Sobre la misma todavía estaba el portarretrato con su foto. ¡Se los veía tan felices! La foto había sido tomada unos meses antes de que le detectaran su enfermedad. Estaban debajo de un eucalipto, en una plaza a pocas cuadras de su casa. ¡Tenían tantos proyectos!
Cada noche antes de dormir volvía a mirar su rostro. Eso la reconfortaba. No le guardaba rencor. Al mirar su foto su corazón latía fuerte y eso hacía que se sintiera más viva que nunca.
Pasaron meses. Se acercaba la fiesta de año nuevo. Todos estaban muy felices. No había sabido nada más de él, pero ya no le importaba.
Desde el mediodía los preparativos la sobrepasaban de a ratos. Decorar la casa, llamar por teléfono a cada familiar, tener la comida preparada, y por supuesto su vestido.
Llegó la hora, subió las escaleras hasta su habitación. Se puso el vestido color verde que había comprado con su madre la semana anterior en un local de su ciudad. Se peino, se perfumó y se miró unas diez veces al espejo. Algo no la convencía. Algo le faltaba. Fue hasta la habitación de su mamá a buscar algún collar que le combinara. Abrió todos los cajones, buscó y buscó. Una cajita pequeña y dorada llamó su atención. No recordaba haberla visto allí antes. La tomó entre sus manos y la llevó hasta su habitación. Se sentó en su cama y la abrió lentamente. La expresión en su rostro se congeló, mezcla de sorpresa, tristeza y desencanto tal vez. En un segundo su cabeza se llenó de imágenes, de recuerdos… de su risa, de su pelo, de su aroma, de sus besos.
Dentro de la caja había un sobre que decía “Para Abril”. Era su letra. Con las manos temblorosas, apenas si pudo abrirlo. La carta decía:
“Princesa:
Si ya etás leyendo esta carta es porque estás bien, lo que me hace muy feliz. Tal vez no entiendas el por qué de mi decisión, o tal vez sí, ya que pienso que hubieras hecho lo mismo.
No me guardes rencor porque ya no estoy con vos físicamente, sigo a tu lado como siempre, mi amor. Nunca me voy a apartar de tu lado, mi vida. No estés triste por favor.
No podía seguir sin vos en este mundo, sos todo para mí. ¡Te amo! Por eso decidí que hoy mi corazón estuviera latiendo dentro tuyo…”
Y mientras seguía leyendo sus lágrimas caían sobre el papel borrando las palabras.

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